La crítica de la democracia burguesa en Rosa Luxemburg
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Nota de edición: En su discusión
sobre la democracia, Rosa Luxemburg se separa del optimismo fácil de la
religión del progreso democrático: la ilusión en una democratización creciente
de las sociedades “civilizadas”. Su posición es poco conocida y a menudo
olvidada.
*
Son conocidas la defensa de la democracia
socialista y la crítica a los bolcheviques en el folleto de Rosa Luxemburg
sobre la Revolución Rusa (1918). Lo que es menos conocido, y a menudo olvidado,
es su crítica de la democracia burguesa, sus límites, sus contradicciones, su
carácter limitado y mezquino. Intentaremos seguir este argumento crítico en
algunos de sus escritos políticos, sin ninguna pretensión de exhaustividad.
Debemos partir, para esta discusión,
de ¿Reforma o revolución? (1898), uno de los textos fundadores
del socialismo revolucionario moderno, en que esta problemática es abordada de
un modo más intenso. Este brillante ensayo, obra de una joven casi desconocida
en la época, es una síntesis única entre la pasión revolucionaria y la
racionalidad discursiva; sembrado de destellos de ironía y de intuiciones fulminantes,
sigue teniendo, más de un siglo después, una sorprendente actualidad. Pero no
está libre de fallas; ante todo, en la polémica económica con Bernstein, donde
se despliega una suerte de fatalismo optimista: la creencia en
la inevitabilidad del derrumbe (Zusammenbruch)
económico del capitalismo. Dicho sea de paso, es una opinión que se encuentra
aún en nuestros días en cantidad de marxistas que anuncian que la actual crisis
financiera del capitalismo es “la última” y significa la decadencia definitiva
del sistema… Me parece que Walter Benjamin, que conoció la Gran Crisis de 1929
y sus secuelas, formuló la conclusión más pertinente sobre este terreno: “La
experiencia de nuestra generación: el capitalismo no morirá de muerte natural”
(Benjamin, 2000: 681).
Entretanto, en su discusión sobre la
democracia, Rosa Luxemburg se separa del optimismo fácil de la religión del
progreso democrático –la ilusión en una democratización creciente de las
sociedades “civilizadas” – dominante en su época, tanto entre los liberales
como entre los socialistas; ese es, por lo demás, uno de los puntos fuertes de
su argumento. Por otro lado, en su análisis de la democracia burguesa, no se
encuentra trazo alguno de economicismo; se manifiesta aquí, en toda su fuerza,
lo que Lukács llamaba (1923) el principio revolucionario en el terreno del
método: la categoría dialéctica de totalidad (Lukács, 1960:
48). La cuestión de la democracia es abordada por Rosa Luxemburg desde la
perspectiva de la totalidad histórica en movimiento, donde economía, sociedad,
lucha de clases, Estado, política e ideología son momentos inseparables del
proceso concreto.
Dialéctica del Estado
burgués
El análisis eminentemente dialéctico del
Estado burgués y sus formas democráticas por parte de Rosa Luxemburg le permite
a esta escapar tanto de las aproximaciones social-liberales (¡Bernstein!), que
niegan su carácter burgués, como de las de un cierto marxismo vulgar que no
toma en cuenta la importancia de la democracia. Fiel a la teoría marxista del
Estado, Rosa Luxemburg insiste sobre su carácter de “Estado de clase”. Pero
añade inmediatamente: “hay que tomar esta afirmación, no en un sentido absoluto
y rígido, sino en un sentido dialéctico”. ¿Qué quiere decir esto? Por un lado,
que el Estado “asume sin duda funciones de interés general en el sentido del
desarrollo social”; pero, al mismo tiempo, no lo hace sino “en la medida en que
el interés general y el social coinciden con los intereses de la clase
dominante”. La universalidad del Estado se ve, entonces, severamente limitada y,
en una medida amplia, negada por su carácter de clase
(Luxemburg, 1978a: 39).
Otro aspecto de esta dialéctica es la
contradicción entre la forma democrática y el contenido de clase: “las
instituciones formalmente democráticas no son, en cuanto a su contenido, otra
cosa que instrumentos de los intereses de la clase dominante”. Pero ella no se
limita a esta constatación, que es un locus clásico del
marxismo; no solo no desprecia Luxemburg la forma democrática, sino que muestra
que dicha forma puede entrar en contradicción con el contenido burgués:
“Existen pruebas concretas de esto: en el momento en que la democracia tiene la
tendencia a negar su carácter de clase y a transformarse en instrumento de
verdaderos intereses del pueblo, las propias formas democráticas son
sacrificadas por la burguesía y por su representación de Estado” (ibíd.: 43).
La historia del siglo XX está atravesada de un extremo al otro por ejemplos de
ese género de “sacrificio”, desde la Guerra Civil Española hasta el golpe de
Estado de 1973 en Chile; no son excepciones, sino antes bien la regla. Rosa
Luxemburg había previsto en 1898, con una agudeza impresionante, lo que habría
de pasar a lo largo de todo el siglo siguiente.
A la visión idílica de la historia como
“Progreso” ininterrumpido, como evolución necesaria de la humanidad hacia la
democracia y, sobre todo, al mito de una conexión intrínseca entre capitalismo
y democracia, ella opone un análisis sobrio y sin ilusiones de la diversidad de
regímenes políticos:
El desarrollo ininterrumpido de la
democracia que el revisionismo, siguiendo el ejemplo del liberalismo burgués,
toma por ley fundamental de la historia humana, o al menos de la historia
moderna, se revela, cuando se lo examina de cerca, como un espejismo. No es posible
establecer relaciones universales y absolutas entre el desarrollo del
capitalismo y la democracia. El régimen político es en cada ocasión el
resultado del conjunto de factores políticos, tanto internos como externos;
dentro de esos límites, presenta todos los diferentes grados de la escala,
desde la monarquía absoluta hasta la república democrática (ibíd.: 67 y s.).
Lo que ella no podía prever es, claro, el
surgimiento de formas de Estado autoritarias aún peores que las monarquías: los
regímenes fascistas y las dictaduras militares que se desarrollaron en los
países capitalistas –tanto del centro como de la periferia– a lo largo de todo
el siglo XX. Pero ella tiene el mérito de ser una de las escasas figuras, en el
movimiento obrero y socialista, que desconfiaron de la ideología del Progreso
(con una “P” mayúscula), común a los liberales burgueses y a una buena parte de
la izquierda, y que pusieron en evidencia la perfecta compatibilidad del
capitalismo con formas políticas radicalmente antidemocráticas.
Bernstein, partidario convencido de la
ideología del Progreso, cree en una evolución irreversible de las sociedades
modernas hacia más democracia y, por qué no, hacia más socialismo. Ahora bien,
Rosa Luxemburg observa que “el Estado, es decir, la organización política, y
las relaciones de propiedad, es decir, la organización jurídica del
capitalismo, se tornan cada vez más capitalistas, y no cada vez más
socialistas” (ibíd.: 43). Puede verse, una vez más, que la oposición entre la
izquierda y la derecha en la Socialdemocracia corresponde al antagonismo entre
la fe en el Progreso ineluctable de los países “civilizados” y la apuesta por
la revolución social.
No solo no existe una afinidad particular
entre la burguesía y la democracia, sino que a menudo es en lucha contra esta
clase que tienen lugar los avances democráticos:
En Bélgica, en fin, la conquista
democrática del movimiento obrero, el sufragio universal, es un efecto de la
debilidad del militarismo y, en consecuencia, de la situación geográfica y política
particular de Bélgica y, sobre todo, ese “bocado de democracia” es adquirido,
no por la burguesía, sino contra ella
(ibíd.: 67).
¿Se trata solo del caso de Bélgica, o más
bien de una tendencia histórica general? Rosa Luxemburg parece inclinarse por la
segunda hipótesis y considerar que la única garantía para la democracia es la
fuerza del movimiento obrero:
El movimiento obrero socialista es hoy en
día el único soporte de la democracia; no existe otro. Se verá que no es la
suerte del movimiento socialista la que está ligada a la democracia burguesa,
sino, inversamente, que la suerte de la democracia está ligada al movimiento
socialista. Se constatará que las oportunidades de la democracia no están
ligadas al hecho de que la clase obrera renuncia a la lucha por su
emancipación, sino, al contrario, al hecho de que el movimiento socialista sea
lo bastante poderoso para combatir las consecuencias reaccionarias de la
política mundial y de la traición de la burguesía.
Aquel que desee el fortalecimiento de la
democracia deberá desear igualmente el fortalecimiento, y no el debilitamiento,
del movimiento socialista; renunciar a la lucha por el socialismo es renunciar,
al mismo tiempo, al movimiento obrero y a la propia democracia (ibíd.: 70).
En otros términos, la democracia es, a
ojos de Rosa Luxemburg, un valor esencial que el movimiento socialista debe
poner a salvo de sus adversarios reaccionarios, entre los cuales se encuentra
la burguesía, siempre dispuesta a traicionar sus proclamas democráticas si sus
intereses lo exigen. Hemos visto anteriormente ejemplos de esta sobria
constatación. ¿Qué quiere decir la referencia a las “consecuencias
reaccionarias de la política mundial”? Se trata, sin duda, de una referencia a
las guerras imperialistas y/o coloniales, que no dejarán de reducir o suprimir
los avances democráticos de los países en conflicto. Volveremos luego sobre
esta problemática.
La sorprendente afirmación según la cual
la suerte de la democracia está ligada a la del movimiento obrero y socialista
ha sido también confirmada por la historia de las décadas siguientes: la
derrota de la izquierda socialista –a causa de sus divisiones, de sus errores o
de su debilidad– en Italia, en Alemania, en Austria, en España ha conducido al
triunfo del fascismo, con el apoyo de las principales fuerzas de la burguesía,
y a la abolición de toda forma de democracia, durante largos años (en España,
durante décadas).
La relación entre el movimiento obrero y
la democracia es eminentemente dialéctica: la democracia tiene necesidad
del movimiento socialista, y vicecersa; la lucha del proletariado
tiene necesidad de la democracia para desarrollarse:
La democracia es quizás inútil, o incluso
molesta para la burguesía hoy en día; para la clase trabajadora, es necesaria e
incluso indispensable. Es necesaria porque crea las formas políticas
(autoadministración, derecho al sufragio, etcétera) que servirán al
proletariado de trampolín y de apoyo en su lucha por la transformación
revolucionaria de la sociedad burguesa. Pero es también indispensable porque
solo luchando por la democracia y ejerciendo sus derechos tomará conciencia el
proletariado de sus intereses de clase y de sus misiones históricas (ibíd.:
76).
La formulación de Rosa Luxemburg es
compleja. En un primer momento, ella parece afirmar que es gracias a la
democracia que la clase trabajadora puede luchar para transformar la sociedad.
¿Querría decir eso que, en los países no democráticos, esta lucha no es
posible? Al contrario, insiste la revolucionaria polaca; es en la
lucha por la democracia que se desarrolla la conciencia de clase. Ella
piensa sin duda en países como la Rusia zarista –comprendida en ella Polonia–,
donde la democracia aún no existe, y donde la conciencia revolucionaria se
despierta precisamente en el combate democrático. Es lo que se vería pocos años
más tarde, en la revolución rusa de 1905. Pero ella también piensa,
probablemente, en la Alemania Guillermina, donde la lucha por la democracia
estaba lejos de hallarse concluida y encuentra en el movimiento socialista a su
principal sujeto histórico. En todo caso, lejos de despreciar las “formas
democráticas”, que distingue de su instrumentación y manipulación burguesas,
ella asocia estrechamente el destino de aquellas al del movimiento obrero.
¿Cuáles son, entonces, las formas
democráticas importantes? En 1898, ella menciona sobre todo tres: el
sufragio universal, la república democrática, la autoadministración; más tarde
–por ejemplo, a propósito de la Revolución Rusa en 1918–, ella agregará
las libertades democráticas: libertad de expresión, de prensa, de
organización. ¿Y qué del Parlamento? Rosa Luxemburg no rechaza la
representación democrática en cuanto tal, pero desconfía del parlamentarismo en
su forma actual: lo considera “un instrumento específico del Estado de clase
burgués; un medio para hacer que maduren y se desarrollen las contradicciones
capitalistas” (ibíd.: 43). Ella volverá sobre este debate pocos años más tarde,
en artículos polémicos contra Jaurès y los socialistas franceses, a los que ella
acusa de querer llegar al socialismo pasando por el “pantano apacible […] de un
parlamentarismo senil” (Luxemburg, 1971b: 223). La degradación de esta
institución se revela en la sumisión al poder ejecutivo: “La idea, en sí misma
racional, de que el gobierno no debe dejar de ser el instrumento de la mayoría
de la representación popular, es transformado en su contrario por la práctica
del parlamentarismo burgués, a saber: la dependencia servil de la
representación popular respecto de la supervivencia del gobierno actual”
(ibíd.: 228). Ella saluda, en este contexto, a los socialistas revolucionarios
franceses, que comprendieron que la acción legislativa en el Parlamento –útil
para arrebatar algunas leyes favorables para los trabajadores– no puede
sustituir a la organización del proletariado para conquistar, a través de
medios revolucionarios, del poder político.
Reaparecen argumentos análogos en un
ensayo de 1904 sobre “La Socialdemocracia y el parlamentarismo”. Con la ironía
mordaz que torna tan eléctricas sus polémicas, ella cuestiona el “cretinismo
parlamentario”, es decir, la ilusión según la cual el parlamento es el eje
central de la vida social y la fuerza motriz de la historia universal. La
realidad es totalmente diferente: las fuerzas gigantescas de la historia
mundial actúan muy bien fuera de las cámaras legislativas burguesas. Lejos de
ser el producto absoluto del Progreso democrático, el parlamentarismo es una
forma histórica determinada de la dominación de clase burguesa. Al mismo
tiempo, en un movimiento dialéctico –Rosa Luxemburg cita a Hegel–, con el
ascenso del movimiento socialista, el Parlamento puede devenir en “uno de los
instrumentos más poderosos e indispensables de la lucha de clases” obrera, en
cuanto tribuna de las masas populares; un lugar de agitación para el programa
de la revolución socialista. Pero no se podrá defender eficazmente la
democracia, y al propio Parlamento, contra las maquinaciones reaccionarias sino
a través de la acción extraparlamentaria del proletariado. La
acción directa de las masas proletarias “en la calle” –por ejemplo, bajo la
forma de la huelga general– es la mejor defensa de cara a las amenazas que
pesan sobre el sufragio universal. En suma, el desafío, para los socialistas,
es convencer a “las masas trabajadoras de que cuenten cada vez más con sus
propias fuerzas y su acción autónoma y de que ya no consideren las luchas
parlamentarias como el eje central de la vida política” (Luxemburg, 1978c: 25,
29, 34-36). Volveremos sobre esto.
Las contradicciones de
la democracia burguesa: militarismo, colonialismo
Las democracias burguesas “realmente
existentes” se caracterizan por dos dimensiones profundamente antidemocráticas,
estrechamente ligadas: el militarismo y el colonialismo. En el
primer caso, se trata de una institución, el ejército, de carácter jerárquico,
autoritario y reaccionario, que constituye una suerte de Estado absolutista en
el seno del Estado democrático. En el segundo, se trata de la imposición, por
la fuerza de las armas, de una dictadura a los pueblos colonizados por los
imperios occidentales. Como recuerda Rosa Luxemburg en ¿Reforma o
revolución?, su carácter de clase obliga al Estado burgués, incluso
democrático, a acentuar cada vez más su actividad coercitiva en dominios que
solo sirven a los intereses de la burguesía: “a saber, el militarismo y la
política aduanera y colonial” (Luxemburg, 1978a: 42). La denuncia de esta
“actividad coercitiva”, militarista e imperialista, será uno de los ejes de la
crítica de Rosa Luxemburg al Estado burgués.
Desde el punto de vista
capitalista,
el militarismo actualmente se ha vuelto
indispensable desde tres puntos de vista: 1) sirve para defender intereses
nacionales en competencia contra otros grupos nacionales; 2) constituye un
dominio de inversión privilegiado, tanto para el capital financiero como para
el capital industrial; y 3) le es útil en el interior para asegurar su
dominación de clase sobre el pueblo trabajador […]. Dos rasgos específicos
caracterizan al militarismo actual: primero, su desarrollo general y
concurrente en todos los países; se diría que se ve impulsado a crecer por una
fuerza motriz interna y autónoma: fenómeno desconocido todavía hace algunas
décadas; segundo, el carácter fatal, inevitable de la explosión inminente,
aunque se ignoren tanto la ocasión que la desencadenará como los Estados que
serán afectados en primera instancia, el objeto del conflicto y todas las demás
circunstancias (ibíd.: 41).
Como se ve, Rosa Luxemburg había previsto,
en 1898, una guerra mundial suscitada por la competencia entre potencias
capitalistas nacionales y por la dinámica incontrolable del militarismo. Es una
de esas intuiciones fulgurantes que atraviesan el texto de ¿Reforma o
revolución?, aun cuando, desde luego, ella no podía prever las
“circunstancias” del conflicto.
Militarismo en el plano interno y
expansión colonial en el externo están estrechamente ligados y conducen a una
decadencia, una degradación, una degeneración de la democracia burguesa:
A causa del desarrollo de la economía
mundial, del agravamiento y la generalización de la competencia por el mercado
mundial, el militarismo y la supremacía naval, instrumentos de la política
mundial, se han convertido en un factor decisivo de la vida exterior e interior
de los grandes Estados. Entretanto, si la política mundial y el militarismo
representan una tendencia ascendente de la fase actual del
capitalismo, la democracia burguesa debe ahora lógicamente entrar en una
fase descendente. En Alemania, la era de los grandes armamentos,
que data de 1893, y la política mundial inaugurada por la toma de Kiao-chou han
tenido como compensación dos sacrificios pagados por la democracia burguesa: la
descomposición del liberalismo y el pasaje del Partido de Centro desde la
oposición al gobierno (ibíd.: 69).
A lo largo del siglo XX, habría de
asistirse a otros “sacrificios” de la democracia, exigidos por el militarismo
–tanto en Europa (España, Grecia) como en América Latina– mucho más graves y
dramáticos que los ejemplos aquí citados. Sin embargo, el análisis de Rosa Luxemburg
es más amplio: ella se da cuenta de que el peso creciente del ejército en la
vida política de las democracias burguesas se deriva, no solo de la competencia
imperialista, sino también de un factor interno a las sociedades burguesas: la
escalada de las luchas obreras. En un artículo antimilitarista de 1914, ella
pone en evidencia dos tendencias profundas que fortalecen la preponderancia de
las instituciones militares en los Estados burgueses.
Esas dos tendencias son, por un lado, el
imperialismo, que conlleva un aumento masivo del ejército, el culto de la
violencia militar salvaje y una actitud dominante y arbitraria del militarismo
de cara a la legislación; por el otro, el movimiento obrero, que conoce un
desarrollo igualmente masivo, acentuando los antagonismos de clase y provocando
la intervención cada vez más frecuente del ejército contra el proletariado en
lucha (Luxemburg, 1978d: 41).
Esta “violencia militar salvaje” se
ejerce, en el cuadro de las políticas imperialistas, ante todo sobre los
pueblos colonizados, sometidos a una brutal opresión que no tiene nada de
“democrática”. La democracia burguesa produce, en su política colonial, formas
de dominación autocrática, dictatorial. La cuestión del colonialismo es
evocada, pero poco desarrollada en ¿Reforma o revolución? Pero
poco después, en un artículo de 1902 sobre la Martinica, Rosa Luxemburg
denunciará las masacres del colonialismo francés en Madagascar, las guerras de
conquista de los Estados Unidos en Filipinas o de Inglaterra en África;
finalmente, las agresiones contra los chinos cometidas, de común acuerdo, por
franceses e ingleses, rusos y alemanes, italianos y estadounidenses (cf.
Luxemburg, 1970: 250 y s.).
Ella volverá a menudo sobre los crímenes
del colonialismo, en particular, en La acumulación del capital (1913).
Retomando el hilo de la crítica implacable de la política colonial en el
capítulo sobre la acumulación originaria en el volumen I de El capital,
ella observa entretanto que no se trata de un momento “inicial”, sino de
una tendencia permanente del capital: “Aquí no se trata ya de
una acumulación originaria; el proceso continúa hasta nuestros días. Cada
expansión colonial va necesariamente acompañada de esta guerra obstinada del
capital contra las condiciones sociales y económicas de los indígenas, así como
del saqueo violento de sus medios de producción y de su fuerza de trabajo”
(Luxemburg, 1990: 318 y s.). De esto se derivan la ocupación militar permanente
de las colonias y la represión brutal de sus insurrecciones, cuyos ejemplos
clásicos son el colonialismo inglés en la India y el francés en Argelia. De
hecho, esta acumulación originaria permanente prosigue hoy en
día, en el siglo XXI, con métodos distintos, pero no menos feroces que los del
colonialismo clásico.
Rosa Luxemburg menciona también, en La
acumulación del capital, el caso concreto de lo que se podría llamar
el colonialismo interno de la mayor democracia burguesa
moderna, los Estados Unidos: con ayuda del ferrocarril, en el marco de la gran
conquista del Oeste, se expulsó y exterminó a los indígenas con armas de fuego,
aguardiente y sífilis, y se encerró a los supervivientes, como a bestias
salvajes, en “reservas” (cf. ibíd.: 344, 350). Otro ejemplo trágico de las
contradicciones de la “democracia burguesa”.
Democracia y conquista del poder: el golpe
de martillo de la revolución
Volvamos a ¿Reforma o
revolución? para examinar ahora la problemática de la relación entre
democracia y conquista del poder. Bernstein y sus amigos “revisionistas” creían
en la posibilidad de cambiar la sociedad gracias a reformas graduales, en el
marco de las instituciones de la democracia burguesa; ante todo, el Parlamento,
donde la Socialdemocracia podría un día tornarse mayoritaria. Por las razones
que mencionamos m
ás arriba, Rosa Luxemburg no puede menos que rechazar esta
estrategia:
Marx y Engels jamás pusieron en duda la
necesidad de conquista del poder político por parte del proletariado. Estaba
reservado a Bernstein considerar el estanque de ranas del parlamentarismo
burgués como el instrumento llamado a realizar el cambio social más formidable
de la historia, a saber: la transformación de las estructuras capitalistas en
estructuras socialistas (Luxemburg, 1978a: 77).
Esta conquista revolucionaria del poder
será democrática, no porque se realizará en el marco de las instituciones de la
democracia burguesa, sino porque será la acción colectiva de la gran mayoría
popular: “Es esa toda la diferencia entre los golpes de Estado al estilo
blanquista, ejecutados por ‘una minoría activa’, provocados en cualquier
momento y, de hecho, siempre de manera inoportuna, y la conquista del poder
político por parte de la gran masa popular consciente” (ibíd.: 78).
Continuando su polémica, ella ironiza
respecto de la línea reformista de Bernstein y sugiere un argumento capital
para justificar la necesidad de una acción revolucionaria:
Fourier había tenido la ocurrencia
fantástica de transformar, gracias al sistema de los falansterios, toda el agua
de los mares del globo en limonada. Pero la idea de Bernstein de transformar,
vertiendo progresivamente botellas de limonada reformistas, el mar de la
amargura capitalista en el agua dulce del socialismo, es tal vez más banal,
pero no menos fantástica.
Las relaciones de producción de la
sociedad capitalista se aproximan cada vez más a las relaciones de producción
de la sociedad socialista. Como revancha, sus relaciones políticas y jurídicas
erigen, entre la sociedad capitalista y la sociedad socialista, un muro cada
vez más alto. Ese muro no solo no será echado por tierra por las reformas
sociales ni por la democracia, sino que, al contrario, estas lo reafirman y
consolidan. Lo que podrá derribarlo es solo el golpe de martillo de la
revolución, es decir, la conquista del poder político por parte del
proletariado (ibíd.: 44).
La imagen del “golpe de martillo” hace
pensar inmediatamente en la afirmación de Marx en sus escritos sobre la Comuna
de París (1871), en los que hace referencia a la necesidad, por parte del
proletariado revolucionario, de “quebrar” el aparato de Estado capitalista. La
idea es esencialmente idéntica, aun cuando Rosa Luxemburg no cita esos textos
de Marx. Ese “golpe de martillo” se torna aún más indispensable cuando se
considera el papel creciente del militarismo y del ejército en el sistema político.
¿En qué consiste concretamente? ¿Por qué medios puede realizarse esta conquista
del poder? ¿Qué estrategia o táctica revolucionarias propone Rosa Luxemburg? No
es un tema desarrollado en ¿Reforma o revolución?, pero aquí y allá
ella da a entender que los métodos revolucionarios “clásicos” –la insurrección,
las barricadas– no deben ser excluidos. Ahora, no solo los revisionistas, sino
también la dirección del Partido Socialdemócrata alemán se refirieron con
insistencia al prefacio escrito por Friedrich Engels en 1895 a la reedición de
la obra de Marx La lucha de clases en Francia entre 1848 y 1850 (1850);
en ese texto, el viejo dirigente parece considerar que esos métodos de lucha se
volvieron obsoletos a raíz de los progresos del arte militar –los cañones y los
fusiles modernos–, que conceden ventaja al ejército.
De hecho, el texto original de Engels era
mucho menos categórico; la versión publicada fue considerablemente “edulcorada”
por la dirección del partido (algo que ignoraba Rosa Luxemburg). De hecho,
Engels se mostró indignado ante esta manipulación; en una carta a Kautsky del
1° de abril de 1895, escribió: “para mi sorpresa, veo hoy en el Vorwärts un
extracto de mi introducción reproducida sin mi consentimiento, y dispuesto de
tal manera que aparezco en él como un pacífico adorador de la legalidad a todo
precio. Por ende, desearía tanto más que la introducción aparezca sin recortes
en Neue Zeit, a fin de que sea borrada esta impresión vergonzosa”.
Friedrich Engels murió algunos meses después; el texto íntegro jamás apareció
en Neue Zeit ni, por supuesto, en la reedición del libro de
Marx. Fue preciso esperar a la Revolución de Octubre para que fuera, por fin,
publicado en la década de 1920 (cf. Bottigelli, 1948). He aquí la respuesta de
Rosa Luxemburg al argumento “legalista”:
Cuando Engels, en el prefacio a La
lucha de clases en Francia, revisaba la táctica del movimiento obrero
moderno, oponiendo a las barricadas la lucha legal, no tenía en vita –y cada
línea de este prefacio lo demuestra– el problema de la conquista definitiva del
poder político, sino el de la lucha cotidiana actual. No analizaba la actitud
del proletariado de cara al Estado capitalista en el momento de la toma del
poder, sino su actitud en el marco del Estado capitalista. En una palabra,
Engels daba las directivas al proletariado oprimido, y no al
proletariado victorioso (Luxemburg, 1978a: 75 y s.).
De hecho, su interpretación es muy
discutible… ¡No se trata, en Engels, del papel de las barricadas en la “lucha
cotidiana actual”! Lo que resulta interesante, en este pasaje, es la actitud de
la autora de ¿Reforma o revolución? frente a la cuestión de
los métodos de lucha “armada”, “insurreccional”, “ilegal” –métodos
tradicionales de las revoluciones, desde 1789 a 1871–, que ella se niega a
excluir del arsenal político del proletariado. Ella no estaba equivocada, pues
todos los combates revolucionarios del siglo XX, victoriosos o vencidos –las
dos Revoluciones Rusas (1905, 1917), la Revolución Mexicana (1910-19), la
Revolución Alemana (1918-19), la Revolución Española (1936-37) y la Revolución
Cubana (1959-61), para no citar otros ejemplos– hicieron uso de esos métodos
“ilegales” y “extraparlamentarios”.
Pero el método revolucionario que cuenta
con el favor de Luxemburg es, como se sabe, la huelga de masas, esa
“forma natural y espontánea de toda gran acción revolucionaria del
proletariado”. De hecho, se trata de un movimiento en el cual se multiplica una
gran diversidad de iniciativas de lucha: huelgas económicas y políticas,
huelgas de manifestación o de combate, huelgas de masas y huelgas parciales,
luchas reivindicativas pacíficas o batallas en las calles, combates de
barricadas, “un océano de fenómenos, eternamente nuevos y fluctuantes”.
Ciertamente, la huelga de masas “no reemplaza ni vuelve superfluos los
enfrentamientos directos y brutales en la calle”; con todo, la experiencia rusa
de 1905 muestra que “el combate de barricadas, el enfrentamiento directo con
las fuerzas armadas del Estado, no constituye, en la revolución actual, otra
cosa que el punto culminante, que una fase del proceso de la lucha de masas
proletaria” (Luxemburg, 1976: 127 y s.; 154). El enfrentamiento no es
eliminado, sino situado en el “punto culminante” de la lucha, lo que le
concede, evidentemente, un papel importante.
Rosa Luxemburg volverá sobre este texto de
Engels –en su versión edulcorada por la dirección del Partido Socialdemócrata
Alemán, la única conocida en su época–, que decididamente la incomoda, en su
discurso durante el Congreso Fundacional del Partido Comunista Alemán (Spartakusbund)
en diciembre de 1918. Esta vez, no se trata de pretender, como en 1898, que la
“Introducción” de 1895 no se refiere sino a la “lucha cotidiana actual”: “Con
todos los conocimientos de especialistas de que disponía en el dominio de la
ciencia militar, Engels les demuestra aquí […] que es perfectamente vano creer
que el pueblo trabajador puede hacer revoluciones en las calles y salir
victorioso”. Él estaba equivocado, y este documento ha servido, observa ella,
para reducir la actividad del Partido exclusivamente al terreno parlamentario.
Sin excluir una “utilización revolucionaria de la Asamblea Nacional” como
tribuna, ella ve en la toma del poder por parte de los consejos de obreros y
soldados, como en Rusia en octubre de 1917, el camino a seguir (cf. Luxemburg,
1978b: 106-108).
Rosa Luxemburg no proporciona recetas;
ella apuesta a la inventiva del movimiento revolucionario; se limita a esta
sobria constatación: la democracia es indispensable, no porque ella vuelve
inútil la conquista del poder político por parte del proletariado; al
contrario, ella vuelve necesaria y al mismo tiempo posible esta toma del
poder”. Ahora bien, esta conquista del poder pasa por una ruptura
institucional, por un proceso radical de subversión, capaz de derribar el muro
jurídico y político del Estado capitalista: el “golpe de martillo” de la
revolución.
Democracia socialista y
democracia burguesa (1918)
No vamos a discutir aquí la cuestión de la
democracia en el socialismo, que escapa a nuestra temática; lo que nos interesa
aquí es lo que escribe Rosa Luxemburg en su texto sobre la Revolución Rusa a
propósito de la democracia burguesa. Es importante subrayar que, en el
manuscrito de 1918, la crítica fraternal de los errores de los bolcheviques en
el terreno de la democracia no significa de ningún modo la adhesión de Rosa
Luxemburg a la democracia burguesa. Se dice explícitamente: la tarea histórica
del proletariado es “crear, en lugar de la democracia burguesa, una democracia
socialista”. Veamos de más cerca su argumento, en polémica con Trotsky:
“En cuanto marxistas, jamás hemos sido
idólatras de la democracia formal” escribe Trotsky. Seguramente, jamás
hemos sido idólatras de la democracia formal. Pero tampoco del socialismo y del
marxismo; jamás hemos sido idólatras. ¿Se infiere de esto que tengamos el
derecho, a la manera de Cunow-Lensch-Parvus, de deshacernos del socialismo o
del marxismo cuando nos incomodan? Trotsky y Lenin son la negación viva de esta
cuestión.
Jamás hemos sido idólatras de la
democracia formal; esto no quiere decir sino una cosa: siempre hemos
distinguido el núcleo social de la forma política de la democracia burguesa;
siempre hemos desenmascarado el duro núcleo de desigualdad y de servidumbre
social que se oculta bajo el dulce envoltorio de la igualdad y de la libertad
formales, no para rechazarlo, sino para incitar a la clase obrera a no
contentarse con ese envoltorio y, por el contrario, conquistar el poder
político a fin de llenarlo de un contenido social nuevo. La tarea histórica que
incumbe al proletariado, una vez en el poder, es crear, en lugar de la
democracia burguesa, la democracia socialista, y no suprimir toda democracia
(Luxemburg, 1971a: 87 y s.).
Rosa Luxemburg retoma aquí la distinción
“clásica”, ya formulada en ¿Reforma o revolución?, entre la forma
democrática, la igualdad y la libertad formales, y el contenido burgués, la
desigualdad y el liberticidio; pero esta vez ella afirma claramente la
solución: ni democracia burguesa, ni dictadura de una élite revolucionaria,
sino una democracia socialista con un contenido social nuevo.
Rosa Luxemburg había previsto, ya en 1914,
“la intervención del ejército contra el proletariado en lucha”. Como se sabe,
en enero de 1919, Leo Jogisches, Karl Liebknecht y muchos otros espartaquistas
serán asesinados, víctimas de esta “violencia militar salvaje” que ella había
denunciado; eso tuvo lugar en el marco de una respetable democracia (burguesa)
constitucional. Lo que Rosa Luxemburg no había previsto siquiera en sus peores
pesadillas era que esos asesinatos políticos a manos de militares
contrarrevolucionarios tendrían lugar bajo la égida de un gobierno dirigido por
el Partido Socialdemoócrata Alemán…
Bibliografía
Benjamin, Walter, Paris, capitale du XIXème siècle. Le
Livre des Passages. París: Ed. Du Cerf, 2000.
Bottigelli, Émile, “Avertissement”. En:
Marx, Karl, La Lutte de Classes en France 1848-1850. París:
Editions Sociales, 1948, pp. 9-20.
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Conscience de Classe) (1923). París: Ed. de Minuit, 1960.
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“Martinique” (1902). En: –, Gesammelte Werke 1/2. Berlín:
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–, Oeuvres II (écrits politiques 1917-1918). París: Maspero,
1971 [1971a].
–, Le Socialisme en France
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–, “Réforme ou Révolution?” (1898). Trad.: Irène Petit. En: –, Œuvres
I. París: Ed. Maspero, 1978 [1978a].
–, “Notre programme et la situation politique” (1918), Œuvres I
[1978b].
–, “Social-démocratie et parlementarisme”
(1904). En: –, L’Etat bourgeois et la Révolution. Compil. de
Carlos Rossi. París: Petite collection La Brèche, 1978 [1978c].
–, “Le revers de la médaille” (abril de
1914). En: –, L’Etat
bourgeois et la révolution [1978d].
–, Die Akkumulation des Kapitals (1913). En:
–, Gesammelte Werke 5. Berlín: Dietz, 1990.
Notas:
** “Le coup de
marteau de la révolution”. La critique de la démocratie bourgeoise chez Rosa
Luxemburg”. Artículo enviado por el autor para su publicación en este número
de Herramienta. Trad. de Silvia N. Labado.
* * Michael Löwy es
Director de investigación emérito en el Centre National de la Recherche
Scientifique (Centro Nacional de Investigación Científica); fue profesor en la
École des Hautes Études en Sciences Sociales (Escuela de Altos Estudios en
Ciencias Sociales). Sus obras fueron publicadas en 24 idiomas. Ediciones
Herramienta y El Colectivo publicaron, en 2010, su libro La teoría de
la revolución en el joven Marx y en 2011, Ecosocialismo, la
alternativa radical a la catástrofe ecológica capitalista. Es miembro del
Consejo Asesor de la Revista Herramienta, donde ha realizado numerosas
contribuciones. Fue publicado recientemente en Ediciones Herramienta su libro,
escrito en colaboración con Olivier Besancenot, Afinidades
revolucionarias. Nuestras estrellas rojas y negras. Por una solidaridad
entre marxistas y libertarios (2018) .
Fuente: REBELION.ORG 19/11/2019
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