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Elecciones de 1966, acuerdos y liderazgos




por Faustino Collado.

La tragedia producida por la odiosa intervención en nuestro país por parte de Estados Unidos de Norteamérica (USA) a partir del 28 de abril de 1965, se completó con una comedia que fue las elecciones del 1 de junio del 1966, en las que resultó impuesto el que ya había sido pre seleccionado por el imperio: el trujillista Joaquín Balaguer.

Esos dos acontecimientos, más un tercero, las ignominiosas Actas, de la derrota para algunos, de la retirada para otros, me refiero a la firma por los abrilistas, encabezados por Francisco Alberto Caamaño, del Acta de Reconciliación del 31 de agosto de 1965, mediante la cual se acordó deponer las armas que habían hecho temblar a la cobarde oligarquía, y seleccionar un gobierno provisional, que encabezó el intelectual conservador Héctor García Godoy; y el Acta Institucional, del 3 de septiembre de 1965, donde se aprobó una mini Constitución de la Republica,  y la celebración de las  referidas elecciones amañadas del 1 de junio de 1966, todo lo cual palideció la cara de la República, que vio frustrarse de nuevo el inicio de una etapa democrática, aunque fuera en el marco burgués liberal.

Sin armas en las manos, disolviendo el gobierno constitucional encabezado por Caamaño, restituyéndose el poder del Estado oligárquico y su capacidad represiva a través del Gobierno Provisional, y teniendo como colofón intimidatorio las tropas norteamericanas que mensajeaban arriba y abajo sobre lo que querían, pues a eso habían venido, no era posible que  hubiera condiciones para unas elecciones limpias y libres. Esas elecciones, por tanto, no debieron celebrarse, por lo menos el 1 de junio de 1966. Hacer unas elecciones en esas condiciones era antecederse a la “Crónica de una muerte anunciada” (Gabriel García Márquez, 1981).

Esa debe ser una de las lecciones históricas de ese acontecimiento. No se puede ir a unas elecciones con tantas desventajas. Criticar al Juan Bosch de ese momento, por no hacer una campaña electoral, intensa y vigorosa, es desviar el punto central del análisis. Otra lección vital es haber truncado la continuidad del liderazgo de Caamaño. Parecía lógico que fuera Bosch, ex Presidente de la República, por el cual el pueblo se levantó para restablecerlo en el gobierno, que fuera el candidato en 1966 y encabezara la oposición. Pero lo correcto debió ser apuntalar a Caamaño, quien era que tenía la conexión con el pueblo, mientras Bosch debía lograr de nuevo esa conexión, desde una cultura civilista de hacer política, mientras que Caamaño estaba más entrenado, por su cultura militar y el fragor en la insurrección de abril en que vivió, para lidiar en el ambiente represivo creado por los antidemocráticos a partir de 1966.

Al ser relegado Caamaño a un segundo plano, se hizo vulnerable al enemigo imperialista y a la desarticulación de su entorno. Así, Balaguer, ya Presidente a partir del 1 de julio de 1966, jugó con su carta, pues Juan Bosch abandonó el país, pero con su certificado de líder principal, y Caamaño no resistió el cerco y también tuvo que irse del país. El vacío se había producido y la izquierda marxista sola no podía llenarlo, pues el PRD dependía de lo que  Juan Bosch decidiera desde Europa. Hubo un mal de origen, de estrategia y táctica, que el sacrificio y la sangre de la juventud en lucha trató de remontar, pero que no pudo, pues cuando la contrarrevolución se impone la recomposición es lenta, y tardamos 12 años para salir de Balaguer,.

No recrimino ni culpo a nadie, pues la historia es lo que fue y no tenemos un túnel del tiempo para reconstruirla; solo llamo a tener presente, para futuros acontecimientos, lo vivido entre 1965 y 1966, especialmente en el tema de los liderazgos, y los acuerdos con el poder burgués imperial que culminen o no en unas elecciones o en una constituyente.




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