El capitalismo financiero prepara la recesión 2.0
Los
bancos estadounidenses poseen 157 billones de dólares en derivados,
aproximadamente el doble del PIB mundial. Un 12% más de lo que poseían al
comienzo de la crisis de 2008
En los
últimos 30 años, el capital financiero se ha convertido en dominante en las
principales economías capitalistas, superando a la élite industrial en poder e
influencia. Esta evolución ha llevado a que el sector productivo se vea cada
vez más sometido a la dinámica volátil del sector financiero.
La centralidad de las finanzas en
la actual economía mundial se pone de manifiesto por la creciente frecuencia de
las grandes crisis financieras, a las que inevitablemente han seguido las
recesiones. Desde que se inició la liberalización de los mercados de capitales
durante la era Thatcher-Reagan a principios de los años ochenta, se han
producido al menos 12 grandes crisis financieras. La más reciente ha sido la
crisis mundial de 2007-2008, que también provocó lo que ahora se conoce como la
Gran Recesión, de la que muchas de las economías desarrolladas no se han
recuperado todavía.
Las
causas de la financierización
Se considera que el proceso y la
característica más distintiva del capitalismo contemporáneo es la
financierización. En la época de Marx, la financierización como mecanismo clave
para crear beneficios se consideraba una aberración periódica. En los últimos
años, sin embargo, se ha convertido en la forma dominante de extraer beneficios.
¿Cómo ha ocurrido esto?
La financierización se deriva
esencialmente de la crisis de la producción que comenzó a finales de los años
setenta. Esto tomó la forma de una crisis de sobreproducción que superó a la
economía capitalista global después de los llamados Treinta años gloriosos de
expansión después de la Segunda Guerra Mundial.
La sobreproducción tenía sus
raíces en la rápida y exitosa reconstrucción económica de Alemania y Japón y en
el rápido crecimiento de economías en vías de industrialización como Brasil,
Corea del Sur y Taiwán. Esto añadió una enorme capacidad productiva y una mayor
competencia mundial, mientras que la desigualdad en los ingresos dentro de los
países y entre ellos limitó el crecimiento del poder adquisitivo y de la
demanda efectiva. Esta crisis clásica de sobreproducción –o subconsumo, por
utilizar la formulación de Paul Sweezy– llevó a una disminución de la
rentabilidad.
Hubo tres salidas de la crisis de
rentabilidad que sufrió el capital: la reestructuración neoliberal, la globalización
y la financierización. La reestructuración neoliberal significaba esencialmente
redistribuir los ingresos de la clase media a los ricos para incentivar a estos
últimos a invertir en la producción.
La globalización de la producción
implicó la ubicación de instalaciones de producción en países con salarios
bajos para aumentar la rentabilidad. Si bien estas dos estrategias trajeron
consigo un aumento de la rentabilidad a corto plazo, a medio y largo plazo
fueron contraproducentes, ya que provocaron un descenso de la demanda efectiva
al recortar o impedir el aumento de los salarios de los trabajadores.
Dimensiones
clave de la financierización
Eso nos deja la financierización,
que tenía una serie de aspectos clave, pero hay que destacar tres.
En primer lugar, la
financierización implicaba la creación masiva de endeudamiento en la población
para sustituir los ingresos estancados con el fin de crear demanda de bienes y
servicios. Gran parte de esta deuda fue financiada por la inyección de dinero
prestado por los gobiernos asiáticos reciclando dinero en efectivo a los EEUU
procedente de los excedentes comerciales de los que disfrutaban con este
último. La principal vía fue a través de la provisión de los llamados préstamos
de vivienda de alto riesgo a una gran parte de la población. Se trataba de
préstamos que se concedían indiscriminadamente a compradores de viviendas con
poca capacidad de reembolso, por lo que eran esencialmente bombas de relojería.
En segundo lugar, la
financierización implicaba las llamadas innovaciones en ingeniería financiera
que facilitaría la liquidez. Uno de los más importantes –y, en última
instancia, el más perjudicial– fue la titulización, que consistía en hacer que
los contratos tradicionalmente inmóviles, como las hipotecas, fueran líquidos o
móviles y negociables. Las hipotecas titulizadas, que podrían negociarse,
llevarían a la desaparición de la originaria relación acreedor-deudor.
Además, la ingeniería financiera
permitió que la hipoteca de alto riesgo original se combinara con hipotecas de
mejor calidad y se vendiera como valores más complejos. Pero incluso cuando los
valores hipotecarios se combinaban y recombinaban y se negociaban de una
institución a otra no podían escapar a su cualidad subyacente.
Cuando millones de propietarios
de las hipotecas de alto riesgo ya no podían hacer frente a sus pagos debido a
sus bajos ingresos, esta evolución se extendió como una reacción en cadena a
los billones de títulos hipotecarios que se negociaban en todo el mundo,
perjudicando su calidad y llevando a la bancarrota a quienes poseían cantidades
significativas de ellos, como el banco de inversión de Wall Street, Lehman
Brothers.
Los títulos avalados por hipoteca
(o MBS, mortgage-backed
security) fueron solo un ejemplo de las innovaciones de la
ingeniería financiera, conocidas como “derivados”, que tenían por objeto
facilitar la liquidez, pero que terminaron alentando el endeudamiento masivo
sobre el frágil supuesto de capital o de riqueza real. Los operadores del
mercado caracterizados por una elevada proporción entre deuda y capital propio
fueron descritos como “muy apalancados”. El alto nivel de apalancamiento de
Wall Street antes de la crisis quedó demostrado por el hecho de que el valor
del volumen total de instrumentos financieros derivados se estimaba en 740
billones, en comparación con un PIB mundial de 70 billones de dólares.
Los matemáticos contratados por
las instituciones de Wall Street formularon las ecuaciones más complejas para
fomentar la ilusión de calidad cuando en realidad los valores descansaban sobre
activos de valor cuestionable.
La tercera característica clave
de la financierización fue que muchos de los operadores, instituciones y
productos clave que se encontraban a la vanguardia del proceso no estaban
regulados o estaban mal regulados. Así surgió la llamada “industria bancaria en
la sombra” junto con la industria bancaria tradicional regulada, con
instituciones financieras no tradicionales como Goldman Sachs, Morgan Stanley y
American International Group (AIG) que sirvieron como la primera ola masiva de
un tsunami que
trajo consigo la introducción de la titulización, la ingeniería financiera y
productos novedosos como los MBS, las obligaciones de deuda colateral (CDO) y
los swaps de
incumplimiento crediticio (CDS).
La implosión de las hipotecas de
alto riesgo de 2007 reveló la dinámica esencial de la financierización como
motor de la economía, es decir, que dependía de la creación e inflación de
burbujas especulativas. La obtención de beneficios se basaba en la creación de
una deuda masiva con una base muy débil sobre el valor real o sobre el capital.
Mientras persistía la ilusión de que los MBS eran valores sólidos, Wall Street
funcionaba como un casino, con inversores que utilizaban diferentes productos
financieros para apostar por los movimientos de los valores de los activos y
sus productos derivados con el fin de hacer una fortuna.
Una masacre significaba
comprar valores al “precio justo” en el “momento justo”, y luego venderlos una
vez que su precio había aumentado significativamente y antes de que decayeran.
Sin embargo, una vez que los acontecimientos pusieron al descubierto los
frágiles cimientos de los valores de alto riesgo, los operadores del mercado
entraron en pánico y salieron corriendo, vendiendo sus activos lo antes posible
para recuperar algo de valor, un proceso que aceleró el hundimiento de los
valores a un nivel negativo.
El fracaso
de la reforma
Cuando Barack Obama se convirtió
en presidente de los EEUU en 2008, una de sus prioridades era arreglar el
sistema financiero mundial. Diez años después, es evidente que, debido a una
combinación de timidez por parte del Gobierno y de resistencia por parte del
capital financiero, poco se ha reformado, a pesar de los compromisos de alto
nivel con la reforma financiera mundial asumidos por la Cumbre del Grupo de los
20 en Pittsburgh en 2009.
En primer lugar, el problema de
“demasiado grande para quebrar” ha empeorado. Los grandes bancos, que fueron
rescatados por el Gobierno de los EEUU en 2008, se han vuelto aún más grandes,
y los ‘seis grandes’ bancos estadounidenses ―JP Morgan Chase, Citigroup, Wells
Fargo, Bank of America, Goldman Sachs y Morgan Stanley― poseen, colectivamente,
un 43 % más de depósitos, un 84 % más de activos y el triple de dinero en
efectivo que tenían antes de la crisis de 2008. Esencialmente, han duplicado el
riesgo que derribó el sistema bancario en 2008.
En segundo lugar, los productos
que desencadenaron la crisis de 2008 siguen siendo objeto de comercio. Esto
incluía alrededor de 6,7 billones de dólares en títulos respaldados por
hipotecas, cuyo valor se ha mantenido solo porque la Reserva Federal compró 1,7
billones de dólares. Los bancos estadounidenses poseen colectivamente 157
billones de dólares en derivados, aproximadamente el doble del PIB mundial.
Esto es un 12 % más de lo que poseían al comienzo de la crisis de 2008.
En tercer lugar, las nuevas
estrellas del firmamento financiero –el consorcio de inversores institucionales
formado por fondos de cobertura, fondos de capital riesgo, fondos soberanos,
fondos de pensiones y otras entidades de inversión– siguen recorriendo la red
mundial sin control, operando desde bases virtuales denominadas paraísos
fiscales, buscando oportunidades de arbitraje en divisas o valores, o
dimensionando la rentabilidad de las empresas para posibles compras de
acciones. La propiedad de los aproximadamente 100 billones de dólares en manos de
estos refugios fiscales flotantes para los superricos se concentra en 20
fondos.
En cuarto lugar, los operadores
financieros están acumulando beneficios en un mar de liquidez proporcionado por
los bancos centrales, cuya liberación de dinero barato en aras de poner fin a
la recesión consecuencia de la crisis financiera ha dado lugar a la emisión de
billones de dólares de deuda, elevando el nivel mundial de deuda a 325 billones
de dólares, más de tres veces el tamaño del PIB mundial. Existe un consenso
entre los economistas de todo el espectro político de que este aumento de la
deuda no puede continuar indefinidamente sin provocar una catástrofe.
En quinto lugar, en lugar de
controlar más estrechamente el sector financiero, algunos países han seguido a
las economías capitalistas avanzadas para liberalizarlo. En China, la segunda
economía más grande del mundo, esto ha creado una peligrosa conjunción de
factores que podrían llevar a una implosión financiera: un mercado de valores
volátil, una burbuja inmobiliaria y un sector bancario paralelo no regulado. El
número de puntos vulnerables de la economía mundial ha aumentado y todos son
candidatos para la próxima gran crisis.
Conclusiones
¿Qué es lo que hay que hacer?
En un estudio reciente
patrocinado por el Transnational Institute que se publicará a finales de este
año, expongo una justificación detallada de 10 imperativos importantes para el
sector financiero mundial. Estos son:
1.
Restringir las operaciones de los fondos de capital riesgo y cerrar los
paraísos fiscales.
2.
Prohibir los valores respaldados por hipotecas y los derivados.
3.
Avanzar hacia la banca de reserva del 100 %.
4.
Nacionalizar las instituciones financieras que son demasiado grandes para
quebrar.
5.
Reinstituir la Ley Glass-Steagall que colocó una “muralla china” entre la banca
comercial y la banca de inversión.
6. Poner
límites drásticos a la remuneración de los ejecutivos.
7.
Eliminar gradualmente las agencias de calificación crediticia como Moody's y
Standard and Poor.
8.
Convocar una nueva Conferencia de Bretton Woods para establecer nuevas
instituciones y reglas para la gobernanza financiera mundial, poner fin al
monopolio del dólar como moneda de reserva mundial y establecer nuevos y justos
acuerdos para el desarrollo y la financiación del clima.
9. Hacer
que los bancos centrales rindan cuentas.
10.
Avanzar hacia la plena unión política, fiscal y monetaria en los países de la
zona euro o salir del euro.
Las medidas propuestas
constituyen un “programa de mínimos”, o un conjunto de medidas que refuerzan
las defensas del mundo contra otra crisis financiera, aunque no eliminan la
posibilidad de que ocurra tal cosa.
El capitalismo como sistema es
estructuralmente propenso a generar crisis financieras, y el programa esbozado
anteriormente asume un sistema económico global que continúa funcionando bajo
sus reglas. La implementación exitosa de estas reformas sería un paso
gigantesco en un proceso más largo de cambio transformador. Sin embargo, ese
cambio no puede tener lugar sin abordar fundamentalmente otras dimensiones
clave del capitalismo, especialmente su motor: el deseo insaciable de obtener
cada vez mayores beneficios.
Para algunos, la necesidad más
urgente es cómo reformar el capitalismo. En su opinión, un programa de reforma
financiera tendría que integrarse en un programa más amplio de reforma drástica
del capitalismo.
Esta empresa tendría que abordar
seriamente la falta de demanda arraigada en la creciente desigualdad. Tendría
que reconocer valientemente sus raíces en las relaciones desiguales de poder
entre el capital y el trabajo, cómo este poder desigual se traduce en una
creciente desigualdad, y cómo la desigualdad se traduce en una demanda anémica
que frena la expansión de la producción.
Para otros, la situación exige
una solución más allá de una reforma del capitalismo, incluso de tipo keynesiano
radical. Desde su perspectiva, la búsqueda constante de rentabilidad es una
fuente fundamental de inestabilidad que, en última instancia, socavará todos
los esfuerzos por reformarlo.
Además, lo que hay que abordar no
es solo la desigualdad social y la falta de demanda, sino el impulso del
sistema productivo para crecer a expensas de la biosfera. Lo que se necesita,
dicen, es un programa poscapitalista, hecho aún más urgente por la catástrofe
climática que se está desarrollando. De hecho, en algunos círculos, se
considera cada vez más necesaria una estrategia de decrecimiento.
En medio de este debate cada vez
más acalorado sobre los sistemas alternativos, hay dos cosas sobre las que
existe un consenso. Primero, que continuar en el camino actual de un
capitalismo financiero poco regulado llevará a otra catástrofe financiera, quizás
una peor que la crisis de 2007-2008. En segundo lugar, que alejarse de este
camino hacia la ruina requerirá asumir y romper el poder del capital
financiero.
Este artículo forma parte
del informe Estado del poder 2019.Traducción
de Cuca Hernández, Attac España. CTXT
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