Una rebelión global para salvar el planeta
Graham Peebles
Counterpunch
"La mayor amenaza para la Tierra es
pensar que otras personas van a salvarla”. La responsabilidad es nuestra; los
políticos y los gobiernos son autocomplacientes, deshonestos y están inmersos
en la ideología del pasado. A pesar de los repetidos avisos, no se ha hecho
nada sustancial y nos estamos quedando sin tiempo. Nadie más va salvar nuestro
planeta: hace falta que un movimiento global de desobediencia civil fuerce a
los gobiernos a acometer acciones radicales.
En 1992, la Unión de Científicos
Preocupados (compuesta por más de 1.700 de los científicos más destacados del
mundo) emitió el “Aviso de los Científicos del Mundo a la Humanidad”. En este
documento afirmaban que “si queremos evitar un enorme sufrimiento humano, es
necesario que se produzca un gran cambio en nuestro manejo de la Tierra y de la
vida”. Sus palabras cayeron en oídos sordos. Décadas de inacción e indecisiones
han producido una escalada continua de la crisis hasta llegar al punto en que
nos hayamos ahora, al borde de la catástrofe total.
Dada la enorme proporción del problema,
muchas personas se sienten abrumadas y desesperanzadas. La “ecoansiedad”,
definida como el “miedo crónico a una catástrofe medioambiental”, está en
aumento en muchos países, y desencadena sentimientos de rabia, aflicción,
desesperación y vergüenza. Algunas personas están tan preocupadas que han
tomado la extrema decisión de no tener hijos hasta que se aborde de modo
efectivo la crisis del cambio climático.
La “huelga de nacimientos” (Birth
Strike), según el Guardian, es “una organización global de voluntarios, hombres
y mujeres, que han decidido no tener hijos en respuesta a la `descomposición
del clima y al colapso de la civilización que se avecina´ […] Se trata de un
`reconocimiento radical´ del modo en que la inminente amenaza existencial ya
está `alterando la manera en que imaginamos el futuro´”.
El objetivo de BirthStrike no es
desalentar a las personas que desean hijos, sino comunicar la emergencia de la
crisis medioambiental. Muchos de sus miembros también participan en el
movimiento revolucionario Extinction Rebellion (XR), “Rebelión contra la
Extinción”, un grupo sociopolítico británico que utiliza la resistencia no
violenta para crear conciencia de la urgencia de abordar la crisis ecológica.
Este movimiento ha creado réplicas en docenas de países, entre los que están
Estados Unidos, las Islas Salomón, Australia, España, Sudáfrica y la India.
Rebelión contra la Extinción solicita
que los gobiernos declaren el estado de emergencia ecológica, y que Reino Unido
se ponga a la cabeza y reduzca sus emisiones de carbono a cero para 2025. Es un
objetivo ambicioso, ciertamente, pero necesitamos formularlo en tales términos
y que las asambleas ciudadanas diseñen un plan de acción para abordar el
colapso climático y la pérdida de biodiversidad. Su intención es “crear una
movilización pacífica planetaria a la escala de la Segunda Guerra Mundial”.
Únicamente una respuesta global de tal calado, afirman, “nos ofrecerá la
oportunidad de evitar el escenario más pesimista y recuperar un clima
seguro”.
Al igual que ocurría en otros grandes
movimientos sociales, como el de las sufragistas, el movimiento por los
Derechos Civiles en Estados Unidos y el Movimiento por la Libertad de Mahatma
Gandhi en la India, la metodología de XR se basa en la desobediencia civil. En
abril de este año, el grupo organizó una gran acción no violenta en el centro
de Londres. Miles de personas ocuparon espacios públicos en la capital,
bloqueando puentes, provocando alteraciones y representando un espectáculo.
Diseñaron “acciones de dilema” en las que las autoridades tenían que elegir si
permitían o no que se desarrollara la acción, si detenían y reducían a los
manifestantes o no. Las protestas duraron diez días y fueron parte de una
acción global en la que participaron personas en 33 países y los seis
continentes.
En Londres hubo más de 1.100 detenidos,
entre quienes ejercían su derecho a manifestarse de forma pacífica. La rebelión
fue importante e histórica. Tuvo gran cobertura mediática y dio pie a un debate
en el parlamento británico, al final del cual se declaró una “emergencia
climática” nacional. Un paso positivo, aunque todavía está por verse lo que eso
significa realmente y que acciones políticas producirá.
Junto con la huelga de estudiantes por
el cambio climático (Fridays for Future) y otros grupos, XR forma parte de un
movimiento mundial nunca visto anteriormente; un grupo diverso y unido de
activistas ecologistas y ciudadanos preocupados, hombres mujeres y niños
profundamente interesados por el medio ambiente, que reconocen que sus
gobiernos no están haciendo prácticamente nada para abordar el tema y que es
preciso un cambio sistémico radical y urgente.
El compromiso es una de las maneras más
positivas de superar la ecoansiedad y la sensación de desempoderamiento;
participar y descubrir que hay una gran cantidad de personas que sienten lo
mismo, que están sumamente preocupadas, que no saben muy bien qué hacer pero
están firmemente decididas a hacer algo. El compromiso frente a problemas
comunes crea potentes vínculos mediante la solidaridad y refuerza la lucha.
Cuando se dio por terminada la acción de
abril, Rebelión contra la Extinción afirmó: “Vamos a abandonar la ocupación de
espacios físicos, pero hemos abierto un espacio para la verdad en el mundo […]
En esta era de la desinformación, decir la verdad es un acto de poder”.
Hacia una vida sencilla.
La crisis medioambiental es una crisis
universal, existencial y exponencial, y se relaciona con una serie de temas
interconectados: el colapso ecológico, la extinción de especies, la
deforestación, la contaminación del aire, el agua y el suelo, y el cambio
climático. La manipulación de los sistemas existentes para realizar pequeños
cambios no resolverá los problemas; es preciso que se produzca un cambio radical
sistémico y social de manera urgente. Los gobiernos son débiles y están
comprometidos por sus relaciones con las grandes empresas y su obsesión por la
economía; son deshonestos y se niegan a dar los pasos necesarios para salvar el
planeta, así que debemos obligarlos a que escuchen y a actuar de acuerdo a las
necesidades, que son inmensas.
El consumismo desaforado e irresponsable
debe acabar; la sostenibilidad y la vida sencilla deben ser, a partir de ahora,
la clave de nuestras vidas. Es esencial el compromiso individual y colectivo,
el compromiso de vivir de una manera ecológicamente responsable, ser
conscientes del impacto ecológico de todo lo que hacemos como individuos: qué
compramos, qué comemos, cómo viajamos, cómo utilizamos los servicios públicos,
etc., y el compromiso de participar; participar en las protestas y/o en el
activismo digital, ejercer presión en los políticos y en las empresas, y apoyar
los movimientos radicales verdes en lo que esté en nuestras manos.
Todos los gobiernos, y en particular las
democracias occidentales, necesitan ser presionados para que conviertan el
medio ambiente en su principal prioridad. La crisis medioambiental es la mayor
emergencia de nuestro tiempo y de cualquier otro; cualquier programa público
debe diseñarse a partir de ahora del modo en que produzca el impacto
medioambiental más positivo; hace falta ponerse de acuerdo e implementar planes
a corto (5 años), medio (10 años) y largo plazo (25 años), ambiciosos pero
factibles, con el pleno compromiso de llevarlos adelante; es preciso escuchar
la voz de los científicos del clima y de los ecologistas y establecer grandes
programas de información pública.
La labor de rescate del medio ambiente
no es algo separado de la imperante crisis democrática y de la necesidad de
cambiar de un modo fundamental el injusto y destructivo orden socioeconómico.
Para que se restablezca la armonía ecológica y el mundo natural pueda sanar,
necesitamos cambiar radicalmente los sistemas y formas de vida que están
alimentando la crisis e inculcar nuevos modelos de vida basados en valores más
humanos.
El consumismo y la codicia son el veneno
que está produciendo el colapso ecológico, y el consumismo es la savia vital
del sistema económico. En un planeta con recursos finitos, el crecimiento sin
fin es el objetivo de los gobiernos ilusos. Es una locura colectiva que debe
terminar. Los políticos y el poder empresarial, sin embargo, no van a darse
cuenta así como así de la gravedad de la emergencia y actuar en consecuencia.
Es preciso que gran cantidad de personas realicen actos de desobediencia civil
coordinados a escala mundial, planificados para llevar a cabo la mayor
alteración posible de la vida cotidiana de un modo pacífico. Cuando la gente se
une todo es posible; ha llegado el momento de unirnos para salvar el planeta.
Graham Peebles es un periodista
independiente británico y cooperante en países en desarrollo. En 2005 fundó The
Create Trust y ha dirigido proyectos educativos en Sri Lanka, Etiopía y la
India.


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