Violencia de género & Violencia doméstica Violencia doméstica machista
“La violencia no tiene género, pero sí tiene
casa”, ese parece ser el mensaje repetitivo del machismo para
llevar la violencia que ejercen los hombres sobre las mujeres al lugar de donde
nunca debería haber salido, según ellos: el hogar, lo doméstico, la familia,
para así poder ocultarla entre todos los muebles, adornos y personas que lo
forman.
La situación es objetiva, hablar de violencia
de género significa sacar la violencia del “domus” u
hogar y situar el protagonismo en el hombre que la ejerce a
partir de las referencias que ha establecido una cultura androcéntrica,
de manera que el argumento de lo doméstico y lo familiar no actúe como parapeto
para detener el impacto de los golpes y ocultar de puertas para dentro a las
personas que los sufren y los dan.
Por eso quienes viven del machismo nunca
se han preocupado de la violencia sufrida por los menores, ancianos, mujeres,
hombres… pero en cuanto se vio la necesidad de abordar las violencias
con especificidad y atendiendo a sus circunstancias, y se promulgó la Ley
Integral contra la Violencia de Género para romper con la normalidad que la
envuelve y con la culpabilización de la víctima, entonces a esas mismas
posiciones pasivas y distantes con la violencia les entró la prisa para que
toda violencia volviera al redil de lo “doméstico y familiar”. Es la forma
de ocultar la construcción cultural que normaliza, minimiza y justifica la
violencia que ejercen los hombres sobre las mujeres, hasta el punto de que la
crítica se establece sobre la intensidad de la violencia ejercida, no sobre su
uso en sí, tal y como revela la Macroencuesta de 2015 cuando el 44% de las
mujeres que sufren violencia y no denuncia dicen no hacerlo porque la violencia
sufrida “no es lo suficientemente grave”.
Por eso lanzan la idea de que lo
importante es la violencia doméstica y de que “violencia es violencia”,
y que por tanto no hay que hacer diferencias entre ellas. Pero su objetivo no
es sólo confundir con el significado de las diferentes violencias,
sino que también buscan crear la imagen de que las mujeres son tan
violentas como los hombres, y que ellas son las máximas responsables
de la violencia que se vive en el ambiente doméstico.
El informe presentado por el INE el
28-5-19, sobre la violencia incluida en el “Registro Central para la Protección de
las Víctimas de la Violencia Doméstica y de Género”, aporta datos muy
significativos sobre la realidad de estas violencias.
Centrándonos en la violencia
doméstica, se observa que los hombres son el 72’6% de las
personas que llevan a cabo estas agresiones y las mujeres el 27’4%, mientras
que entre las víctimas los hombres son el 37’8% y las mujeres el 62’2%.
Es decir, dentro de la violencia doméstica los hombres también son los
más violentos, y lo son fundamentalmente contra las mujeres con las que
conviven: madres, hermanas, hijas, nietas, abuelas… aunque tampoco se
escapan de sus golpes otros hombres del contexto familiar.
El ambiente doméstico reproduce la
construcción machista de la sociedad impuesta por una cultura que
entiende que los hombres pueden recurrir, si así lo deciden, a la violencia
contra las mujeres para mantener el orden decidido por ellos, y a partir de ahí
ampliar las agresiones a otras personas.
El modelo machista lo impregna todo, por
eso la violencia doméstica es machista, como lo es la violencia de género,
aunque en cada uno de los espacios haya margen de sobra para que se introduzcan
otras formas de violencia, que no por compartir el mismo escenario tienen el
mismo significado. Es lo que muestra el informe del INE respecto a la violencia
doméstica al presentarla como una violencia fundamentalmente de hombres contra
mujeres.
Pero también se observa otro hecho
relevante en el informe, en este caso relacionado con la estrategia
reactiva del machismo para intentar defender sus privilegios y detener
el avance de la Igualdad. Me refiero a la instrumentalización de las
denuncias en un doble sentido:
1. Por un lado está el
argumento de las “denuncias falsas” realizadas por las mujeres bajo
la idea de que lo hacen para “quedarse con los niños, la paga y la
casa”, y de ese modo reducir la credibilidad de las mujeres
potenciando los mitos sobre su perversidad y maldad. Una falacia que demuestran
los datos de la FGE al situar las “denuncias falsas” en cifras alrededor del
0’0075%
2. Por otro, aumentar
el número de denuncias contra las mujeres para concluir que son tan violentas
como los hombres. Aunque en este sentido, del informe del INE se
deduce que las denuncias interpuestas contra las mujeres son más infundadas,
puesto que las mujeres son condenadas en el 80’8% de los casos, mientras que
los hombres lo son en el 82’7%, en cambio las mujeres son absueltas en el 19’2%
y los hombres en el 17’3%.
La violencia doméstica es machista en un
doble sentido, por la conducta de hombres que agreden a mujeres para imponer el
orden que ellos deciden, y por el intento de utilizar lo doméstico como cajón
donde mezclarlo todo hasta esconder el origen de esta construcción violenta,
que es lo que en verdad pretende el machismo, trasladar el debate
social sobre el origen cultural de la violencia contra las
mujeres al escenario particular e individual de cada uno de
los hogares donde se produce la violencia. Pero ya no engañan a nadie.


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