Educación política en el pensamiento de Gramsci
En
virtud del deterioro actual de la democracia, la elaboración de un lenguaje
crítico y de posibilidad se vuelve una necesidad imperiosa. Se trata de
reconstruir nuevas y mayor de relaciones de poder. De este modo, la lucha por
la escolaridad implica “no olvidar ni alejarse de la lucha en favor del cambio
social” (Giroux, 2000, p. 124). Antonio Gramsci, gracias a conceptos como el
de Hegemonía cultural y su idea de Intelectuales
orgánicos, redefinió completamente el modo de entender la política, formas
discursivas que no solamente fijen su mirada en los aspectos antihumanistas y
antidemocráticos del capitalismo actualmente existente, sino que, al mismo
tiempo, irradien alternativas esperanzadoras. La obra de Gramsci cobra especial
importancia en este sentido, en la medida en que nos permite entender a las
escuelas como parte de un conjunto centrando la atención en los aspectos que la
vinculan con las prácticas culturales, relaciones y discursos educativos.
Cultura y política
Aún en la actualidad la izquierda no ha sido
capaz de vislumbrar correctamente la relación entre la cultura, la política y
la producción de identidades. La obra de Gramsci, apunta en esa dirección,
constituyendo uno de los más profundos y vigorosos esfuerzos por poner de
manifiesto el papel de la educación en las configuraciones políticas, mediante
el análisis del contexto emergente de inicios del siglo XX. No se trata
simplemente de comprender la nueva función de la cultura y sus consecuencias
políticas, se trata, ante todo, de esclarecer cómo transformar las distintas
esferas culturales en espacios de lucha y resistencia, animados por un nuevo
tipo de intelectuales capaces de romper con la polarización característica de
la sociedad contemporánea, entre una intelectualidad, que sabe pero no
comprende, y el elemento popular que siente, pero no sabe. Es un error creer
que se puede saber sin comprender, “no se hace historia-política sin pasión,
esto es, sin estar sentimentalmente unidos al pueblo, esto es, sin sentir las
pasiones elementales del pueblo, comprendiéndolo, o sea explicándolo”.
(Gramsci, 1981, p. 164)
Al igual que el resto de esferas culturales,
las escuelas son el resultado de luchas de significado, sometidas a mecanismos
permanentes, que involucran al conjunto total de los actores sociales. En este
punto cobra relevancia lo que Gramsci denominó sociedad civil, la
cual define como la “hegemonía política y cultural de un grupo social sobre la
sociedad entera como contenido ético del Estado”. (Gramsci, 1984, p. 28) Se
trata pues del espacio público desde el cual es posible reorganizar las
energías de la ciudadanía en torno a actos de afirmación, resistencia y lucha.
Bajo estas coordenadas, la educación se
vincula a un proyecto de democracia radical, en oposición a las
visiones conservadoras, las cuales la relegan a ser una actividad centrada en
la producción de tecnócratas y toda clase de expertos profesionales (Giroux,
2000). El dedicado esfuerzo llevado a cabo por Gramsci, con el propósito de
entender cómo se vincula la cultura, el conocimiento y el poder, así como sus
estudios acerca de las relaciones de la vida cotidiana, nos permite extender la
esfera de lo político, señalando los diversos espacios en los que se despliega
el poder. Permiten asimismo entender de manera acertada la relevancia de la
cultura popular, evidenciando el vasto espacio público en el que tiene lugar la
educación y el ejercicio de la política.
Educación y cultura
Una pedagogía radical debe tener muy presente
que la educación es una forma de intercambio y de producción cultural. En este
sentido, los educadores críticos deben abordar el modo en el que el
conocimiento es producido, mediado y representado dentro de relaciones de poder
tanto dentro como fuera de las instituciones educativas.
Es necesario prestar atención a la forma en
la cual los estudiantes construyen activamente las categorías de significado
que prefiguran el modo en el que ellos producen el conocimiento y reaccionan
ante él; aquellas instancias que moldean sus experiencias, permitiéndoles
definir y construir su sentido de identidad política y cultural (Giroux, 1997).
El estudio de la cultura popular adquiere en
este punto una importancia crucial, proporcionando la posibilidad de entender
el modo en el que las formas culturales, centradas en la afección y el placer,
condicionan las relaciones de la gente con los procesos de aprendizaje, así
como la política de la vida cotidiana, en aras de considerar la totalidad de
elementos que organizan las subjetividades; pues si bien es cierto que la
producción de significado constituye un elemento esencial en la configuración
de la subjetividad, dista mucho de ser el único que interviene. La producción
de significado es inseparable de las implicaciones emocionales y de la
producción de placer. Estos aspectos, en su conjunto, determinan las
identidades de los individuos y grupos sociales en relación a sí mismos y a su
visión del futuro.
La dialéctica de la cultura popular
En contraposición a las visiones unilaterales
que prevalecen acerca de la cultura popular, la obra de Antonio Gramsci
proporciona una base teórica profunda para su análisis. El término Gramsciano
de hegemonía redefine los principios que moldean las relaciones entre las
clases en las sociedades contemporáneas. El liderazgo hegemónico es el que explica,
más que el uso de la fuerza, el ejercicio de control de parte de las clases
dirigentes en una determinada sociedad. El concepto de hegemonía hace
referencia a la lucha por asegurar el consentimiento de los grupos subordinados
ante el orden social existente.
En su esfuerzo por señalar los diversos
aspectos por los cuales tienen lugar los procesos de construcción hegemónicos,
Gramsci ilumina los modos complejos mediante los cuales el consentimiento se
estructura, como parte de un proceso pedagógico activo en la vida cotidiana. De
esta forma, el concepto de hegemonía señala importantes consideraciones
relacionadas con la forma en que las distintas prácticas culturales, políticas
y económicas definen lo que él llama “sentido común”. La disputa por el consentimiento
posee una carga política y pedagógica, en la medida en que atraviesa una serie
de procesos constantes de aprendizaje, elaboración y reelaboración de valores y
reestructuración de las relaciones de poder.
Es importante subrayar que no se trata de ninguna
polaridad entre una cultura dominante y una cultura subordinada. El proceso de
lucha por la hegemonía relaciona la cultura popular con el consentimiento, no
dejando lugar para ningún tipo de “esencialismo cultural” (Giroux, 1997, p.
221). En lugar del desplazamiento entre visiones del mundo rivales, lo que
tiene lugar es una permanente transformación del terreno ideológico y cultural.
Los grupos dominantes, en aras de lograr el consentimiento de los grupos
dominados se ven obligados a articular algunos intereses y valores de estos.
Del mismo modo, los distintos espacios de resistencia y afirmación de las
culturas subordinadas, llevan la obligación de negociar aquellos aspectos
apropiados por la cultura dominante y aquellos que mantienen como seña de clase
de sus deseos e intereses. Por ello, es imposible pensar que la cultura
dominante se encuentre en algún momento en “estado puro”, no contaminado; lo
mismo vale para el caso de la cultura de los grupos subordinados.
En el pensamiento de Gramsci, la hegemonía y
la educación establecen una relación dialéctica. La realidad social es asumida
por el filósofo como una red de relaciones móviles, que transforman y
reconstituyen permanentemente al sujeto, tanto en su dimensión individual como
colectiva. En tal sentido, la hegemonía implica un proceso siempre en
permanente construcción, disputa y renegociación del sentido común.
No se trata de un proceso externo a los
sujetos, sino puesto en marcha por ellos mismos. Por tanto, la dominación nunca
es ejercida por imposición, sino más bien, por medio de una naturalización del
control social. (Jarpa, 2015) El sentido común se construye bajo la complicidad
de los dominados, alimentando el conformismo y creando un estado de aceptación
y naturalización de las condiciones impuestas por la ideología hegemónica.
La educación es crucial en la construcción de
lo que Gramsci denomina “bloque histórico”. Los intelectuales no se definen por
el trabajo que hacen, sino por el rol que desempeñan, como aquellos destinados
a liderar técnica y políticamente a la sociedad. Resulta falaz, entonces,
caracterizar a la educación como una actividad neutral, en la medida en que se
encuentra vinculada a la realidad cultural, social, política y económica
sedimentada como concepción del mundo en la ideología dominante. Gramsci se
opondrá, tanto a los enfoques positivistas que defienden un conocimiento sin
sujeto, como a los enfoques libertarios que insisten en el sentimiento y la
emoción desligándolos de la realidad social e histórica:
El interés de Gramsci por los “hechos” y el
rigor intelectual en sus escritos sobre educación únicamente tienen sentido
como una crítica debidamente razonada de aquellas formas de pedagogía que
separan los hechos de los valores, el aprendizaje de la comprensión y el sentimiento
de la inteligencia. (Giroux, 1990, p. 254)
Por otro lado, la educación agrega una
dimensión moral, en el deber ser inherente a su fin. Es por eso que “toda
relación hegemónica es una relación pedagógica” (Gramsci, 1986, p. 210). Todo
educador tiene que elegir, de manera responsable, entre generar los vínculos
orgánicos que perpetúen la ideología dominante, o elevar el nivel de
consciencia para construir disenso o cuestionamiento, asumiendo posiciones de
liderazgo que contribuyan a generar sociedades humanas, emancipadas de la
explotación.
Conclusiones
La educación cumple una función política en
el pensamiento de Gramsci. Esto es así en un doble sentido. Primero, a medida
que prepara a los ciudadanos para ejercer un rol en la sociedad, dotándolos del
nivel cultural y técnico indispensable para el mantenimiento del orden
imperante. En segundo lugar, porque como parte de la superestructura se vuelve
productora y transmisora de ideología.
La escuela es uno de los principales medios a
través de los cuales todo Estado cumple la función de construir y difundir las
costumbres, prácticas y actitudes que sostienen un específico tipo de
civilización. La profunda comprensión de este hecho constituye un importante
aporte a la educación de parte del filósofo italiano.
Los educadores, como intelectuales orgánicos,
tienen la tarea de consumar el nexo entre la instrucción y la educación. En el
proceso de construcción hegemónica, la escuela actúa sobre un entramado de
relaciones sociales, configurando un sistema de valores culturales, activo y
dinámico, en permanente transformación.
En este sentido la educación posee un
importante aspecto ético, el cual está definido por la norma de conducta que
debe regir a la humanidad en términos genéricos. Existe, entre la moral y la
política, una tensión dialéctica. En esta relación, el lugar predominante
pertenece siempre a lo político, dada la imposibilidad para cada individuo de
abstraerse de lo social. Por esta razón, la escuela opera desde una función
ética y política, la cual le otorga la tarea de organizar los aspectos centrales
dentro de la formación del Estado, -y por tanto, dentro de la superestructura
ideológica de la sociedad- en la formación de consenso hegemónico. Dicha tarea,
en definitiva, se reduce a elevar formativamente a la población al nivel
correspondiente con las necesidades de las clases dominantes.
En ese sentido, una educación liberadora debe
comprender un proceso gradual que busque estimular la personalidad de los
grupos sociales en su totalidad, desde sus primeros años hasta la edad madura;
especialmente la de los grupos explotados, marginados y subordinados dentro del
capitalismo. La educación debe ser capaz de dotar a los oprimidos de la
capacidad de cuestionar la realidad, asumir liderazgo y crear nuevos
argumentarios favorables a una propuesta de cambio radical.
Referencias bibliográficas
Giroux, H. (1990). Los profesores
como intelectuales. Hacia una pedagogía crítica de los aprendizajes. Barcelona:
Paidos/M.E.C.
Giroux, H. (1997). Cruzando Límites.
Trabajadores culturales y políticas educativas. Barcelona: Editorial
Paidós.
Giroux, H. (2000). La inocencia
robada. Juventud, multinacionales y política cultural. Madrid:
Ediciones Morata, S. L.
Gramsci, A. (1984). Cuadernos de la
cárcel (Vol. 2). México D.F.: Ediciones Era S.A. de C.V.
Gramsci, A. (1981). Cuadernos de la
cárcel (Vol. 3). México D.F.: Ediciones Era S.A. de C.V.
Gramsci, A. (1986). Cuadernos de la
cárcel (Vol. 4). México D.F.: Ediciones Era S.A. de C.V.
Jarpa, C. G. (2015). Función política de la
educación en el pensamiento de Antonio Gramsci. Cinta moebio,
124-134.
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