Redes caníbales
Caníbal es todo aquel que devora a individuos de su misma especie. Para
hacerlo, necesita dominar a la presa, tornarla indefensa, entonces tratar de
devorarla. Ese es el rostro alarmante de las redes digitales, tan útiles para
facilitar nuestra intercomunicación. Al igual que los vehículos –aviones,
autos, motos– que resultan útiles para movilizarnos más rápidamente y, sin
embargo, son utilizados para llevar a cabo actos terroristas como el atentado a
las Torres Gemelas de Nueva York, las redes digitales tienen su lado
sombrío.
Si no sabemos usarlas adecuadamente, devoran nuestro tiempo, nuestro humor,
nuestra civilidad. De ahí mi resistencia a llamarlas redes sociales. La
sociabilidad no siempre supera a la hostilidad. Incluso devoran nuestro sueño,
pues hay quienes ya no logran desconectar el Smartphone a la hora de dormir.
Devoran también nuestra capacidad de discernimiento, en la medida en que nos
tribalizan y nos confinan a una única visión del mundo, sin apertura a lo
contradictorio ni tolerancia para quien adopta otra óptica.
La medicina ya está atenta a una nueva enfermedad: la nomofobia. El término
surgió en Inglaterra, derivado de no-mobile, esto es, privado del aparato de
comunicación móvil. En síntesis, es el miedo a quedarse sin celular. Es la
enfermedad adictiva más reciente, que estudian actualmente los
terapeutas.
Hay quien permanece horas en las redes, naufragando más que navegando. El
rostro caníbal del celular devora también nuestro protagonismo. Es el celular
el que, mediante sus múltiples herramientas y aplicaciones, decide el rumbo de
nuestras vidas. El diluvio de informaciones que cae una y otra vez sobre cada
uno de nosotros, casi todas descontextualizadas, nos conduce ineluctablemente
al territorio de la posverdad. Tocan nuestra emoción y, vertiginosas,
neutralizan vuestra razón. No hay dudas de que la mayoría de nosotros es
incapaz de ofender gratuitamente a un desconocido en la panadería de la
esquina. Pero en las redes muchos endosan difamaciones, acusaciones sin
fundamento y calumnias: ¡Las famosas fake news!
Hace más de 70 años, mi cofrade Dominique Duberle escribió a propósito de
la cibernética: «Podemos soñar con un tiempo en el que una máquina de gobernar
supla la hoy evidente insuficiencia de las mentes y los instrumentos habituales
de la política» (Le Monde, 28 de diciembre de 1948).
El Leviatán cibernético previsto por el fraile dominico francés hoy tiene
un nombre: Google, Facebook, WhatsApp, etc. Esas corporaciones devoran todos
nuestros datos para que los algoritmos los transmitan a las herramientas
incapaces de vernos como ciudadanos. Para ellas, somos meros consumidores. Es
la era del Big Data.
Las redes digitales devoran incluso la realidad en la que nos encontramos
insertados. Nos desplazan hacia la virtualidad y activan en nosotros
sentimientos nocivos de odio y venganza. El príncipe encantado se transforma en
monstruo. Los valores humanitarios se destejen, la ética se disuelve, la buena
educación se descarta. Lo que importa ahora, con esta arma electrónica en las
manos, es trabar la batalla del «bien» contra el «mal». Eliminar con un clic a
los enemigos virtuales después de crucificarlos con injurias que se multiplican
mediante el hipervínculo, el video, la imagen, el sitio web, la etiqueta, o
simplemente una palabra o una frase.
He ahí lo que pretende cada emisor: lograr que lo que posteó se haga viral.
El adjetivo se deriva de virus, un sustantivo empleado en la biología que
proviene del latín y significa «veneno» o «toxina». ¡Se crea así la pandemia
virtual! Es necesario leer rápido este correo o zapp, porque aguardan por mí
otros tantos. Y de ser el caso, responder con un texto conciso, aunque vulnere
todas las reglas de la gramática y la sintaxis. Según la investigadora Maryanne
Wolf, accedemos diariamente como promedio a 34 gigabytes de información, lo que
equivale a un libro de cien mil palabras. Sin tiempo suficiente para la
absorción y la reflexión.
Corremos el riesgo de dar un paso atrás en el proceso civilizatorio. A
menos que las familias y las escuelas adopten algo similar a lo que acompañó el
advenimiento del automóvil, cuando se percibió la necesidad de crear
autoescuelas para educar a los conductores. El celular está exigiendo también
una pedagogía adecuada para su buen uso.


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