Alternativas pospetroleras para Venezuela, necesarias, urgentes, posibles Eduardo Gudynas
A medida que proliferan las ideas sobre las posibles
alternativas para salir de la crisis en Venezuela, llamativamente hay una
persistencia. Una y otra vez se parte del petróleo, esto no está en discusión y
desde allí es que divergen distintas opciones sobre cómo
aprovecharlo.
Por momentos
parecería que es casi imposible imaginar una alternativa que no dependa de los
hidrocarburos. En cambio pasan a ser posibles las distintas opciones sobre la
propiedad de los hidrocarburos, los papeles del Estado o el mercado, los
esquemas tributarios y así sucesivamente (1). No sólo eso y hay quienes
redoblan la apuesta reclamando profundizar todavía más el extractivismo
petrolero como medio para obtener rápidamente ingresos económicos.
Por ejemplo, la
cámara empresarial petrolera ya tiene un plan para aumentar la extracción en un
millón de barriles (2), los sindicatos concuerdan en fortalecer ese sector (3)
y hay voces académicas en el mismo sentido. Esa profundización petrolera es
reclamada en todo el arco político, desde los conservadores a los progresistas
(4). Solo difieren en los modos de hacerlo.
Asumir que toda
opción de cambio implica la petrolización tiene muchas limitaciones. Es
anticuado, no resuelve viejos problemas del desarrollo ni las nuevas exigencias
del cambio climático. De alguna manera se renuncia a promover alternativas
reales a la esencia del desarrollo venezolano: ser proveedora de hidrocarburos
a la globalización. Aún en el mejor caso, sería aliviar la crisis actual para
sembrar una crisis futura.
Las voces de alarma
sobre la adicción petrolera se han repetido en Venezuela por lo menos desde la
década de 1960. Posiblemente la advertencia más popular sea “el petróleo es el
excremento del diablo”, de Juan Pablo Pérez Alfonzo hacia 1976 (5). Pero no han
sido atendidas. En paralelo, se han sumado muchos análisis sobre lo que ha
sucedido en distintos países petroleros que muestran importantes desarreglos
productivos, comerciales y financieros, descalabros políticos como sociales
(como derivas autoritarias o la penetración de la corrupción) y muy serios
impactos ambientales (6). La metáfora lanzada en 1936 por A. Uslar Pietri,
“sembrar el petróleo”, por ahora no se cristalizó en América Latina.
Cuando el rentismo es
insuficiente
Como la condición
petrolera es indiscutible, los debates pasan a estar enfocados en los modos de
mantener ese extractivismo. Se considera, por ejemplo, si se debe nacionalizar
o privatizar el sector, cuáles serían los roles de las empresas petroleras, si
éstas deben ser estatales, privadas o mixtas, el nivel de tributación, cómo
manejar la inversión extranjera, y así sucesivamente.
Muchos alertan de que
Venezuela tiene una estructura “rentista”, de donde el problema central sería
esa dependencia de la renta petrolera pero no la centralidad de esa
explotación. Se dice, por ejemplo, que en “el futuro Venezuela seguirá siendo
un país petrolero, pero no podrá ser en ningún caso un país rentista” (7).
Dicho de otro modo, habría alternativas posrrentistas pero no asoman en el
horizonte opciones pospetroleras.
Los abordajes basados
en la renta son herederos de posturas económicas del siglo XIX (sean las de
David Ricardo como las de Karl Marx). En sus aplicaciones prácticas actuales,
la renta corresponde a la diferencia entre el valor económico de un recurso
natural según lo determinan los mercados globales y los costos totales de la
extracción, que denominan “producción”. Ese es el tipo de cálculo que por
ejemplo realiza el Banco Mundial. El éxito o fracaso económico de un país
petróleo se mide usualmente con indicadores como este.
Sin embargo esas
ideas de la renta están repletas de problemas. Comencemos por precisar que no
existe una “producción” de hidrocarburos, sino que en realidad es una pérdida
irreversible de patrimonio. El vocablo “producción” oculta que son recursos
finitos y agotables, y su dinámica es muy distinta a lo que ocurre, pongamos
por caso, en la agricultura, que tiene potenciales de renovabilidad (en lo que
podrían ser rentas agrícolas se pueden calcular costos de reposición de la
fertilidad del suelo, pero eso es imposible para los combustibles fósiles).
Paralelamente, en los
cálculos convencionales de la renta los “costos” son siempre incompletos, ya
que no incorporan lo que se gasta o pierde por impactos sociales y ambientales.
Dicho de modo esquemático, el precio del crudo no incluye componentes como los
costos económicos de la contaminación o del daño de la salud de las
comunidades locales. Ese gasto sin embargo existe, y lo que sucede es que son
transferidos a la sociedad. Esta es una de las razones por las cuales al Banco
Mundial, muchas corporaciones y unos cuantos académicos, les encanta ese tipo
de cálculo de la renta, ya que legitima u oculta las enormes cargas en dinero y
patrimonio que los extractivismos transfieren a la sociedad y el Estado.
Estos y otros
componentes muestran que la categoría de rentismo y la evaluación de la renta
pueden ser útiles para problemas específicos que sin duda deben ser
rectificados, pero no deberían impedir abordar la cuestión de fondo que radica
en la dependencia petrolera y los efectos que desencadena. Hay otros abordajes,
como los que se basan en reformular el concepto de “excedente”, que permiten
incorporar dimensiones sociales y ambientales que vienen siendo rutinariamente
excluidas, y que sirven para acceder a alternativas más profundas (9).
Contradicciones
internas y externas
En efecto, no existe
una petrolización no rentista que sea social y ambientalmente benévola. Bajo
cualquier organización institucional o económica, los pozos de petróleo
contaminan, su expansión afecta a pueblos indígenas, y cuando sus derivados son
quemados, alimentan el cambio climático. La dependencia global es inevitable
por el simple hecho de tener que exportar el crudo; esas exportaciones implican
sumergirse en las reglas del comercio global y de los flujos de capital. Las
empresas, sean estatales, mixtas o privadas, siempre buscarán aumentar sus
ganancias, y por ello externalizan todos los costos sociales y ambientales que
puedan. Las comunidades protestarán, y rápidamente serán acusadas de entorpecer
el “desarrollo”, y allí donde insistan se apelará a la violencia, sea estatal o
no, para asegurar esas explotaciones. Todo eso resulta en violaciones a los
derechos humanos, tal como se observa en los países latinoamericanos
petroleros. En los momentos de altos precios globales estos impactos se
disimulan, pero no se anulan.
Pero es todavía más
impactante que la insistencia en seguir siendo petroleros luce anticuada
porestar desacoplada de los problemas del siglo XXI. Hoy sabemos que no es
posible seguir extrayendo petróleo porque no puede ser quemado si realmente se
desea evitar el cambio climático. Para impedir ese desplome ecológico
planetario se identificó un límite a las emisiones conocido como “presupuesto
de carbono”. Simplificando al máximo el asunto, la comunidad científica
entiende que las emisiones netas de CO2 deben caer a cero en los próximos años,
si es que realmente se quiere evitar cruzar el umbral de un desastre climático
que pondría en riesgo a la vida humana.
Ante esto,
profundizar la extracción de petróleo venezolano, bajo cualquier tipo de
arreglo institucional o económico, resultaría en alimentar el recalentamiento
global, violaría acuerdos internacionales en esa cuestión, y contribuiría a un
problema ambiental que como es planetarioregresa para golpear a los propios
venezolanos y su naturaleza.
Alternativas
posextractivistas
Este tipo de
argumentos muestra que la condición petrolera también se debe poner en
cuestión. Las reales alternativas están en abandonar la dependencia petrolera.
Ya se han intentado todo tipo de arreglos políticos y económicos sin éxito; ya
no hay tiempo para ensayar otras opciones ilusionadas con un extractivismo
“bueno” porque ni la ecología planetaria ni la local, lo resisten.
Es más, insistir en
la petrolización es también riesgoso. En la actual oposición hay planteos de
buscar recursos financieros del exterior, por ejemplo el FMI, para enfrentar la
crisis, pero buena parte de ellos irían a recapitalizar el sector petrolero en
lugar de asegurar beneficios concretos a la población. Otra vez se caería en
que el Estado termina subsidiando las actividades petroleras. O bien, está el
otro riesgo de usar la excusa de la crisis para una privatización generalizada,
lo que cambiaría un extractivismo estatal por uno más subordinado al
capitalismo global (10).
Bajo esas y otras
condiciones han surgido las propuestas y debates sobre las llamadas
transiciones posextractivistas. Existen antecedentes en varios países que
muestran que es posible pensar más allá del petróleo, que eso cuenta con
respaldo de importantes sectores ciudadanos, y que incluso se expresan en
planes de acción concretos (como ocurrió con la moratoria petrolera en la
Amazonia de Ecuador). En Venezuela ya hay algunas voces (11).
El posextractivismos
se plantea como un conjunto de transiciones, ya que se admite que no pueden
imponerse de un día a otro. Pero a diferencia de otras posiciones, esas
transiciones se expresan en medidas que sean concretas, efectivas, replicables
y entendibles por la opinión pública. Su meta es una erradicación real de la
pobreza, asegurar la calidad de vida de las personas y conservar la
naturaleza.Apuntando a ese objetivo ya existe un marco conceptual para
transiciones pospetroleras para las regiones andino-amazónicas (12) que pueden
servir como un insumo para los debates.
Si son esas u otras
las opciones transicionales a considerar, eso es parte de la discusión que debe
profundizarse. A pesar de que se intenta evitar ese debate, una real alternativa
está en imaginar futuros inmediatos que no sigan dependiendo de la
petrolización. Esa es la verdadera y necesaria discusión sobre las
alternativas. No existe ninguna imposibilidad de hacerlo y las ataduras que lo
impiden deben ser rotas.
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